viernes, 19 de diciembre de 2008





Cuerpos

Me encantaba besar los pezones grandes, oscuros y erectos de Laura, su cabello negro intenso, su delicado cuello, su sombreado y generoso pubis, sus piernas rotundas, sus nalgas. Lo único que empañaba mi felicidad era pensar que, mientras yo la besaba y después, cuando ella me retribuía el gesto, Laura debía mirar y luego besar un cuerpo anodino como el mío: lampiño, de piernas flacas, nalgas escasas y vientre de anémico. No entendía cómo podía excitarla y hacerla feliz ese montón de huesos, hasta que me habló, extática, mientras me recorría con la lengua, de mi pecho delgado y varonil, mis piernas largas y elásticas, mi sexo delicado y amoroso, mis nalgas blancas y pequeñas, de niño. La entendí mejor cuando me confió, luego del amor, que su espejo era severo con ella: unas tetas demasiado grandes, una cintura y unas piernas desmesuradas, unas nalgas flácidas.



Cuento de Javier Munguía

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